Al prepararme para pintar, debo conseguir la tranquilidad para que mis manos corran sobre la tela en blanco, fue una suerte de estar en la Escuela de Arquitectura escuchando unas charlas sobre el diseño paramétrico, se me abrió un mundo nuevo, es difícil aceptar una nueva herramienta, ya que el proceso de aprendizaje es observando a otros y participando con los gestos de mis propias manos, es un periodo largo y lento, pero muy creativo, pienso que todo ser humano es creativo por su naturaleza, todos somos iguales, todos tenemos las mismas capacidades, algunos y me incluyo, ponemos nuestra atención a ciertas variables que nos interesan del espacio que habitamos, ese espacio que vamos construyendo con los años, no cualquier lugar es el indicado para poder pintar, la luz que ingresa a través de las persianas, esa luz que baña parte del cielo, baja por los muros y se concentra en esa superficie blanca inmaculada que vamos a trazar, ese primer gesto de inicio que siempre es con un verso, “La humillación del ojo al vuelo” (Vicente Huidobro, Ombligo/Vital 1934-1944) esta manera de recorrer los bordes de los soportes mostrando con el indice de la mano el territorio donde vamos a dejar una huella, a veces uno cree que esta sobre algo nuevo, fuera de la órbita de los aplausos que día a día uno escucha en el eco del interior del closet, y esto por que la televisión va creando un mundo ajeno, que no marca la perspectiva del ojo sagrado de los niños, todo pintor quiere ser un niño, sin el desgarramiento del alma, de ese corazón hecho añicos, de esa angustia profunda, que al final del día, quieres bañar tus ojos con ácido muriático, para transformar la vida y crear una nueva vida, todos transformamos la realidad, en que vivimos, nos enamoramos, segundo a segundo, sin despreciar ni un milímetro de posibilidad de conversar, esta manera de abordar el blanco, es a la manera del ombligo, por que es humano, el ombligo es pequeño pero resguarda lo grande, maneja el cuerpo completo, es como el numero de oro, esa proporción aurea que se inclina ante la totalidad. El día gasta las puertas, la soledad del cielo aumenta mi estatura, y al entrar la noche se produce la creatividad máxima de los sentidos, siempre, siempre, siempre debes estar pintando, para que el veneno desplace a la irritación hacia un acto propio de la mano, esa mano que sabe los limites del cuadro. Elegí esos colores no por casualidad, falta la mirada a la distancia que logra atrapar el horizonte, donde se va armando esa manera de ir atrapando los restos de palabras absurdas que niegan lo bello.